Martes 20 de Enero de 2015, 21:28

Un mártir de verdad

| El Director del semanario local "Crónica" analizó lo ocurrido en las últimas horas en el país a partir de la muerte de Alberto Nisman. El Dr. Mario Arcusin elogió la tarea del fallecido Fiscal, planteó varios interrogantes sobre el Memorandum de entendimiento con Irán y criticó la "declaración autobiográfica de la Sra. Presidente, que recurrió a una red social, minimizando la cuestión que merecía".

La muerte del Fiscal Alberto Nisman, y su íntima relación con la denuncia presentada a través de los medios y que debía tratarse el lunes 19 en el Congreso Nacional, me ha llevado a verme casi obligado, por convicción y por costumbre, a expresar por escrito mi pensamiento al respecto. En principio debo decir que el argumento que desarrolló Nisman la pasada semana a mí me convenció. Me pareció creíble lo que hasta entonces no había entendido, porque como abogado nunca terminé de aceptar que el único mecanismo válido para lograr el esclarecimiento de un atentado cometido por entonces hacía 18 años fuera el de firmar un Memorandum con un país de las características de Irán (esto no es de ninguna manera un prejuzgamiento y mucho menos un prejuicio) a los efectos de lograr que se indagara a los acusados de haber cometido el hecho. A esta altura de los acontecimientos creo que la indagatoria, aún si se hubiese conseguido llegar a ella mediante el Memorandum (estos dos años que pasaron demuestran que no era la intención de Irán cumplirlo), no garantizaba el acceso a la verdad, ya que es un derecho del indagado negarse a declarar, sin que ello pueda ser considerado en su contra por el Juez. Si los ocho imputados de esa nacionalidad no acceden a venir a la Argentina; si Irán no accede a extraditarlos, previa firma de un tratado bilateral que lo permita; ¿qué nos puede hacer pensar que estos dos años no fueron perdidos? Por supuesto que la negativa a la indagatoria es un puente para saltearse el legítimo derecho de defensa. Pero también es cierto que se puede juzgar en rebeldía. Para ello, obviamente, hace falta una reforma de nuestro sistema penal, que no lo permite. Pero si nos atrevimos a firmar con Irán un Memorandum vergonzoso, y contamos para ello con la aprobación del Congreso, ¿qué puede impedir que ese mismo Congreso vote una reforma que lo permita, solo para crímenes de lesa humanidad, que por ser imprescriptibles también pueden ser eximidos de la irretroactividad de las leyes? Veinte años de impunidad y de desinterés político llevaron a la muerte del Fiscal Nisman, ya que es indudable que si no hubiese vuelto de su viaje antes de tiempo y no hubiese adelantado el tenor de su denuncia (alguna vez sabremos por qué lo hizo), hoy no estaría muerto. Eso hace pensar en una relación de causalidad (leer bien, por favor), entre sus dichos y el desenlace final. Es más, no es solamente lo que pasó antes, sino también lo que pasó (o no pasó) después. Algunas de las declaraciones de miembros del gobierno, y algunos silencios de otros; tuitts y expresiones públicas de chupamedias como Víctor Hugo Morales o Axel Freyre, que ni siquiera saben respetar el dolor ajeno y hasta justifican “sin querer queriendo” la muerte, volviendo al fatídico “algo habrá hecho” del Proceso. La declaración autobiográfica de la Sra. Presidente, que recurrió a una red social, minimizando la cuestión que merecía, si otras cosas así lo ameritaron, por lo menos una Cadena Nacional, incurre en prejuzgamientos, inversiones de roles entre víctima y victimarios y alarde de manejo de temas que el pueblo no conoce y que, de todas maneras, no hacen a la cuestión. ¿O acaso Cristina cree que está bien que Nisman haya muerto porque dejó a su hija de 15 años en el aeropuerto de Barajas sola tres horas? En la historia del Siglo XX, o sea en el que vivimos una importante parte de la vida la mayoría de nosotros, hubo hechos puntuales que cambiaron la visión del mundo, y casi todos fueron homicidios de la especie llamada “magnicidio”, término que se utiliza cuando la víctima es alguien importante, sobre todo políticamente. Solo a modo de ejemplo, la Primera Guerra Mundial comenzó con el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria a manos de Gavrilo Princip, un joven nacionalista serbio. Más adelante en el tiempo, y solo para considerar los que incidieron fundamentalmente, John F. Kennedy, murió el 22 de noviembre de 1963 de un balazo en la cabeza, supuestamente efectuado por Lee Harvey Oswald, que fue arrestado y acusado del homicidio, pero terminó sintomática y extrañamente asesinado dos días después por Jack Ruby (un empresario nocturno y figura secundaria del hampa estadounidense relacionado con la CIA), por lo que no pudieron someterlo a juicio y terminó por no esclarecerse jamás la causa y la forma. Algo similar pasó con Martin Luther King Jr., que fue asesinado en Memphis, Tennessee, el 4 de abril de 1968. Poco después, el 5 de junio de 1968, mataron a Robert Kennedy, hermano del presidente. El perpetrador fue un joven inmigrante palestino de veinticuatro años de edad llamado Sirhan Sirhan, quien hasta hoy permanece encarcelado por el crimen cometido, aunque tampoco se aclaró nunca en nombre de quién lo hizo. Pero quiero acá referirme un poco más al caso de Luther King, galardonado con el Premio Nobel de la Paz cuatro años antes por su labor en favor de la igualdad racial y los derechos civiles. Y elegí ese caso porque el atentado provocó estupefacción en la nación y fue el inicio de graves desórdenes e incendios que se extendieron a otros estados, los que arrojaron cerca de 50 muertos. Martin Luther King es abatido de un tiro en la cabeza por un francotirador mientras saluda a sus seguidores desde el balcón del motel Lorraine. Dos meses después del asesinato de King, el convicto fugitivo James Earl Ray fue capturado en el Aeropuerto de Londres y expeditamente extraditado a Tennessee y acusado por el homicidio de King, confesando el asesinato el 10 de marzo de 1969 (aunque se retractó de su confesión tres días después). Siguiendo el consejo de su abogado Percy Foreman, Ray aceptó declararse culpable para evitar una condena en juicio y así la posibilidad de recibir la pena capital. Ray fue sentenciado a 99 años de prisión. Lo singular es que Ray despidió a su abogado Foreman diciendo que él no había "disparado personalmente a King", aunque sí podría haber sido "parcialmente responsable sin saberlo" en la conspiración. Pasó el resto de su vida intentando (sin éxito) retirar su declaración de culpable y luchando por lograr un nuevo juicio, que nunca obtuvo. El suicido forzado es un método de ejecución en donde a la víctima se le da a elegir entre cometer suicidio o enfrentarse a una alternativa peor, normalmente puede ser la tortura previa a la muerte, o la muerte o algún daño a familiares o amigos. También puede enfrentarse a la pérdida del honor y respeto de la comunidad o pueblo, o la posesión de bienes materiales. Ratifico mi convicción de que solo con la militancia activa en movimientos políticos y sociales se puede llegar al cambio. Las marchas que se están haciendo por estos días en casi todo el país expresan la bronca pero también pueden llegar a confundir el objetivo, que es llegar pronto a la verdad, que ahora, obviamente, se ha dividido en tres: ¿Quién puso la bomba en la AMIA? ¿Qué propósito oculto tenía el Memorandum con Irán? ¿Quién mató a Nisman? Y para llegar a estas tres verdades, Sra. Presidente, el hecho de que Ud. tenga “un amigo judío”, y que ese amigo sea su Ministro de Relaciones Exteriores, a mí no me agrega ni me quita nada. El Fiscal Nisman también lo era, si es por eso. Y, de paso, le aconsejo leer algo de Criminología para comprender que los delitos tienen motivos pero también tienen razones. ¡Y vaya si tienen razones!